Información Estratégica

¿La historia se repite?

Hoy como ayer, una eventual guerra en Líbano desnuda diferencias entre Israel y Estados Unidos

“La historia no se repite, pero a menudo rima”, es una cita que se atribuye a Mark Twain. La escalada del conflicto actual entre Israel y las fuerzas de Hezbolá que dominan Líbano genera tensiones en la relación bilateral de Israel con Estados Unidos. Esto deja en evidencia que los intereses de seguridad estadounidenses en Medio Oriente no son idénticos a los de los israelíes. En 1982, tras un intento de asesinato al embajador israelí en el Reino Unido por parte de terroristas palestinos, Israel invadió Líbano. Ese mismo día, 6 de junio, el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, escribió una carta a Menachem Begin, primer ministro de Israel, haciendo un llamado a evitar “acciones militares que pudieran incrementar las tensiones” en la región. Begin respondió que desde el intento de asesinato al embajador Argov, las comunidades del norte de Israel habían sido sometidas a duros bombardeos por parte de la OLP, y que ningún país del mundo toleraría una situación semejante sin darle respuesta. Reagan estaba preocupado por la reacción de la Unión Soviética, que advertía sobre la “situación extremadamente peligrosa” que se había generado como resultado de la acción israelí en Líbano. Cambian los actores, cambian las situaciones, pero hoy como ayer Israel se encuentra en una situación similar. Es el agredido, pero Estados Unidos intenta limitar su respuesta teniendo en consideración intereses de estabilidad que no son necesariamente compatibles con los del Estado judío. El precio lo pagan, como siempre, los ciudadanos israelíes que no pueden vivir en paz con la amenaza terrorista palestina. 

La postura de Washington sobre la tregua en Gaza no concuerda con los intereses de seguridad de Israel

RESUMEN EJECUTIVO: Estados Unidos lleva meses intentando presionar a Israel para que alcance un alto el fuego a largo plazo con Hamás que favorezca los intereses estadounidenses al reducir el peligro de una guerra regional que podría arrastrar a Estados Unidos. Pero la visión de Washington de un alto el fuego en Gaza y la consiguiente desescalada regional no aborda tres de las necesidades críticas de seguridad de Israel: garantizar la libertad de operaciones de las FDI en Gaza para impedir que Hamás se reorganice; contrarrestar la enorme infraestructura militar-terrorista de Hezbolá y detener su asalto de 11 meses al norte de Israel; y frustrar las ambiciones nucleares de Irán, que pretenden proporcionar una cobertura protectora a todo el eje yihadista iraní.

Aunque se afirme lo contrario, en los últimos meses se ha producido una importante divergencia entre los intereses de seguridad de Israel y Estados Unidos.

El presidente Joe Biden y sus principales ayudantes llevan meses intentando sin descanso que Israel y Hamás alcancen un alto el fuego a largo plazo a través de un acuerdo de liberación de rehenes y presionando para que se ponga “fin a la guerra”. A pesar de la postura oficial de Estados Unidos, su motivación trasciende el simple deseo de traer de vuelta a casa a los rehenes. Estados Unidos quiere llevar a Israel a un alto el fuego porque considera que Gaza es la clave para reducir las tensiones entre Hezbolá e Israel. Washington quiere evitar una guerra que podría atraer al patrocinador de Hezbolá, Irán, ya que ese conflicto atraería a su vez a los propios Estados Unidos a la lucha.

Por lo tanto, la actual Casa Blanca considera que Gaza es la clave para la desescalada regional, pero esta visión no tiene en cuenta la necesidad de Israel de garantizar una libertad de operación sostenida en Gaza para impedir que Hamás se reagrupe. También ignora la enorme infraestructura militar-terrorista de Hezbolá en el sur de Líbano y su ataque de 11 meses contra Israel, así como el alarmantemente avanzado programa nuclear iraní, que Teherán pretende que proporcione un paraguas nuclear para proteger a todo el eje yihadista iraní.

Aunque Estados Unidos ha desempeñado un papel vital en la coordinación y participación en operaciones defensivas que han beneficiado enormemente a Israel –especialmente durante el ataque iraní con misiles y drones contra Israel del 14 de abril– y ha desempeñado un papel fundamental en el suministro de municiones de guerra a Israel, no desea verse arrastrado a operaciones ofensivas sostenidas contra Irán. En consecuencia, está operando de acuerdo con esta agenda estratégica.

Por lo tanto, los esfuerzos estadounidenses distan mucho de estar plenamente en sintonía con los intereses de Israel, ya que aplican un enfoque de “curita” que dejaría intactas las amenazas encarnizadas. Se permitiría que continuara la actual amenaza del Líbano, y una retirada militar israelí de Gaza prácticamente garantizaría un reagrupamiento de Hamás y una renovada acumulación de fuerzas respaldadas por Irán en Gaza.

Es perfectamente legítimo que los aliados más próximos tengan intereses divergentes y que gestionen estos desacuerdos, pero algo de transparencia respecto a esta situación sería beneficiosa.

Por ejemplo, la CNN informó el 5 de septiembre de que un posible acuerdo sobre rehenes y alto el fuego entre Israel y Hamás se había completado en un 90%, citando a altos funcionarios de la administración estadounidense. Estas declaraciones minimizaban las grandes diferencias que siguen existiendo entre ambas partes y el hecho de que Hamás siga exigiendo una retirada total de Israel de toda Gaza.

(Este artículo no abordará las propuestas de acuerdo sobre los rehenes en sí, que merecen un análisis aparte).

En el mismo informe, un alto funcionario de la administración Biden declaró: “Seguimos viendo este acuerdo, este acuerdo tan complejo pero necesario, como realmente la opción más viable, quizá la única viable, para salvar las vidas de los rehenes, detener la guerra, llevar alivio inmediato a los gazatíes y también asegurarnos de que tenemos plenamente en cuenta la seguridad de Israel”.

El 1 de septiembre, el Washington Post citaba a un funcionario estadounidense que afirmaba: “No se puede seguir negociando esto. En algún momento habrá que poner fin a las negociaciones”.

Estados Unidos teme que, si no se logra un alto el fuego en Gaza, la situación en Líbano se incline hacia una guerra a gran escala, lo que a su vez podría activar a Irán mediante ataques con misiles y aviones no tripulados. Esta serie de acontecimientos podría arrastrar a Estados Unidos al conflicto. Las bases estadounidenses en Irak, Siria y otros lugares son vulnerables a los ataques de Irán y sus proxies, y Washington considera que una guerra en Medio Oriente en la que esté implicado el ejército estadounidense sería políticamente negativa (tanto si es año electoral como si no).

Esta preocupación es probablemente una de las principales motivaciones de la política estadounidense en la región y una razón importante de la impaciencia estadounidense ante el estancamiento de las conversaciones.

Como reflejo de esta motivación, los funcionarios estadounidenses han emitido declaraciones en casi cada paso de la guerra en Gaza destinadas a poner en duda la capacidad de Israel para hacer frente a Hamás, así como la capacidad de Israel para enfrentarse militarmente a Hezbolá.

Por ejemplo, la CNN citó el 20 de junio a funcionarios estadounidenses que expresaban su “grave preocupación” por el hecho de que, en caso de guerra total entre Israel y Hezbolá, este último pudiera superar las defensas aéreas de Israel en el norte. “Evaluamos que al menos algunas baterías de Iron Dome se verán superadas”, dijo un alto funcionario de la administración.

Esta evaluación es en gran parte obvia y no se discute seriamente. No parece haber otro motivo para que los funcionarios estadounidenses la hagan pública, salvo el objetivo de ejercer presión sobre Israel para un alto el fuego en Gaza.

En mayo, las FDI anunciaron que habían logrado evacuar a alrededor de un millón de palestinos de Rafah. Y ello a pesar de una importante campaña de presión estadounidense diseñada para evitar la operación de Rafah, que incluía la retención de envíos de armas estadounidenses a Israel (incluidas bombas de 2000 libras, que afectan a la estrategia de Israel contra Hezbolá).

El 12 de mayo, la CNN informó de que altos funcionarios estadounidenses “ofrecieron duras advertencias” contra una invasión israelí de Rafah, prediciendo que una gran ofensiva terrestre en la ciudad del sur de Gaza “provocaría numerosas víctimas civiles, desencadenaría una insurgencia de Hamás y crearía un vacío de poder que el grupo terrorista intentaría llenar más tarde”.

Entrar “de cabeza en Rafah” podría tener consecuencias nefastas, advirtió antes de la ofensiva el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken. “Israel está en la trayectoria, potencialmente, de heredar una insurgencia en la que queden muchos armados de Hamás, o, si se va, un vacío llenado por el caos, llenado por la anarquía y probablemente rellenado de nuevo por Hamás”, dijo Blinken a la NBC en aquel momento. El asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, también advirtió entonces de que la operación israelí provocaría “víctimas civiles realmente significativas”, a la vez que era improbable que eliminara a Hamás. El presidente Biden hizo advertencias similares antes de la operación de Rafah.

Sin embargo, las consecuencias extremas sobre las que advirtieron no se materializaron debido a la capacidad de Israel para evacuar a la población gazatí de Rafah. Y en cualquier caso, sigue sin estar claro cómo el hecho de dejar a Hamás intacto en Rafah habría resuelto las inquietudes planteadas por Estados Unidos.

El objetivo detrás de todas estas declaraciones parece ser el mismo: presionar a Israel para que inicie un alto el fuego, incluso si eso significa dejar a Hamás en el poder en Gaza.

Washington está adoptando un enfoque similar en el frente norte. El 28 de junio, funcionarios de defensa estadounidenses fueron citados por Middle East Eye afirmando que una ofensiva terrestre israelí contra Hezbolá en Líbano podría “encender aún más a los aliados de Irán en la región y cimentar la cooperación militar de Teherán con Rusia”.

Sin embargo, se podría argumentar que el propio interés de Estados Unidos por contener a Irán ha envalentonado a este país y a los elementos de la IRGC que promueven el terror en toda la región, impulsando así también al aliado de Irán, Rusia, que se ha vuelto profundamente dependiente de la potencia de fuego iraní en su guerra contra Ucrania.

Mientras tanto, en Líbano, Estados Unidos ha participado en una serie de esfuerzos fallidos, dirigidos por el mediador Amos Hochstein, que implican conversaciones con el gobierno formal libanés (que no tiene poder alguno sobre Hezbolá). El objetivo es crear una rampa de salida diplomática para el conflicto del norte. Sin embargo, ninguno de estos intentos contiene un mecanismo claro de aplicación de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que prohíbe a Hezbolá actuar militarmente en el sur del Líbano.

La Resolución 1701 entró en vigor al concluir la Segunda Guerra del Líbano de 2006. Sin embargo, durante los 18 años transcurridos desde entonces, Hezbolá ha convertido unas 200 aldeas del sur del Líbano en bases militares y terroristas respaldadas por Irán y ha acumulado un arsenal de armas mayor que el de la mayoría de los ejércitos de la OTAN. Todo ello sin ningún tipo de presión por parte de la ONU y sin ningún intento de hacer cumplir la resolución.

Durante meses, funcionarios estadounidenses han expresado su alarma ante la posibilidad de una guerra a gran escala con Hezbolá y han filtrado evaluaciones que arrojan dudas sobre las capacidades de Israel, similares a las evaluaciones estadounidenses sobre las capacidades de las FDI en Gaza.

Ya el 7 de enero, el Washington Post informaba de que “las conversaciones de Israel sobre ampliar la guerra al Líbano alarman [a] Estados Unidos”. El informe contenía referencias a “una evaluación de los servicios de inteligencia estadounidenses” que concluía que sería “difícil para Israel tener éxito en una guerra contra Hezbolá en medio de los combates en curso en Gaza.” El público objetivo de esos informes bien podría haber sido el propio público israelí.

Más recientemente, el periodista israelí Barak Ravid citó a un funcionario estadounidense afirmando que una guerra a gran escala entre Israel y Hezbolá podría tener “consecuencias catastróficas e imprevistas”, ya que Israel tendría que desplazar un número cada vez mayor de unidades militares del frente de Gaza a la frontera libanesa y Hezbolá seguiría bombardeando el norte de Israel y manteniendo a 60.000 israelíes desplazados internamente.

Aunque sería bienvenido un debate abierto sobre los peligros de una guerra a gran escala contra Hezbolá y, potencialmente, contra Irán, no hay muchas razones para seguir fingiendo que los intereses de seguridad estadounidenses e israelíes en Medio Oriente son idénticos. Estados Unidos decidió hace tiempo que su principal objetivo era la desescalada. Los israelíes deberían pensárselo dos veces antes de aceptar automáticamente la afirmación de que la agenda regional y las declaraciones públicas de Washington siempre promueven las necesidades críticas de seguridad de Israel.

Yaakov Lappin para Besa Center (18 de septiembre de 2024)

 

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