La operación “grim beeper”
Irán y Hezbolá no pueden ser apaciguados. Deben ser disuadidos. Desgraciadamente, la administración Biden siguió con su acto reflejo de condenar a Israel por la operación “grim beeper”, repitiendo su piadoso mantra: la desescalada. Sin embargo, la operación llevada adelante por Israel debería ser aplaudida, ya que estuvo definida militarmente para saltearse los escudos de población humana que tanto Hezbolá y Hamas ponen en medio de sus ejércitos y las Fuerzas de Defensa de Israel. Estos grupos terroristas ya dan por descontado que los occidentales confundidos –o ya decididamente corrompidos– culparán de las muertes de civiles no a los terroristas sino a Israel. Es el caso de Josep Borrell, vicepresidente de la Comisión Europea, un “idiota útil” que no duda en premiar a Hezbolá por su política de escudos humanos.
“La historia no se repite, pero a menudo rima”, es una cita que se atribuye a Mark Twain. La escalada del conflicto actual entre Israel y las fuerzas de Hezbolá que dominan Líbano genera tensiones en la relación bilateral de Israel con Estados Unidos. Esto deja en evidencia que los intereses de seguridad estadounidenses en Medio Oriente no son idénticos a los de los israelíes. En 1982, tras un intento de asesinato al embajador israelí en el Reino Unido por parte de terroristas palestinos, Israel invadió Líbano. Ese mismo día, 6 de junio, el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, escribió una carta a Menachem Begin, primer ministro de Israel, haciendo un llamado a evitar “acciones militares que pudieran incrementar las tensiones” en la región. Begin respondió que desde el intento de asesinato al embajador Argov, las comunidades del norte de Israel habían sido sometidas a duros bombardeos por parte de la OLP, y que ningún país del mundo toleraría una situación semejante sin darle respuesta. Reagan estaba preocupado por la reacción de la Unión Soviética, que advertía sobre la “situación extremadamente peligrosa” que se había generado como resultado de la acción israelí en Líbano. Cambian los actores, cambian las situaciones, pero hoy como ayer Israel se encuentra en una situación similar. Es el agredido, pero Estados Unidos intenta limitar su respuesta teniendo en consideración intereses de estabilidad que no son necesariamente compatibles con los del Estado judío. El precio lo pagan, como siempre, los ciudadanos israelíes que no pueden vivir en paz con la amenaza terrorista palestina.
“Después de todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el tema, podemos identificar dos principios básicos que subyacen a toda planificación estratégica y sirven para guiar todas las demás consideraciones. El primer principio es que la sustancia última de la fuerza enemiga debe remontarse al menor número posible de fuentes, e idealmente a una sola. El ataque a estas fuentes debe comprimirse en el menor número posible de acciones, de nuevo, idealmente, en una sola. Por último, todas las acciones menores deben subordinarse en la medida de lo posible. En resumen, el primer principio es: actuar con la máxima concentración… el segundo es: actuar con la máxima rapidez…”.  (Carl von Clausewitz, De La Guerra, 1832) Con la explosión de los beepers en manos de los terroristas, Israel recordó un importante mensaje no sólo a Hezbolá, sino también al mundo entero. Siguiendo la doctrina aplicada en la Operación Ira de Dios –luego del atentado de Septiembre Negro contra los atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich (1972)–, Israel recuerda a sus enemigos que no se puede matar judíos impunemente. Existirán consecuencias. Y esa semana que pasó las hubo… Pero más sorprendidos que los terroristas se encuentran los “progresistas” de Occidente, que desconociendo las lecciones de Clausewitz, van entregando lenta pero irremediablemente nuestra civilización fundada en las tradiciones helénica y judeo-cristiana a la barbarie islamista.
Las administraciones de Obama y Biden prefirieron olvidar los asesinatos de militares y civiles estadounidenses perpetrados por Hezbolá durante más de 40 años. Prefirieron demonizar a su país para acercarse a Irán, el mandante de Hezbolá. Israel sin embargo no ha cejado en su esfuerzo. No puede darse el lujo. En un momento que el Cono Sur de América del Sur se encuentra asediado por un narcotráfico vinculado a Hezbolá, como nos lo recuerdan los informes periódicos del Departamento de Estado, los gobiernos regionales se preguntan si contarán realmente con el apoyo de Estados Unidos, o será que otra vez más, como ya ha ocurrido en el pasado, todo queda en la nada, exponiendo en el proceso a gobiernos, civiles y militares.
El reconocido economista británico Frank Knight distinguía entre riesgo e incertidumbre. En resumen, las situaciones de riesgo son aquellas en las que se conocen tanto los eventos posibles como sus probabilidades, mientras que en las situaciones de incertidumbre no es posible prever ni la magnitud de los eventos ni sus probabilidades. Por su naturaleza, la incertidumbre no se puede eliminar completamente, por lo que solo se puede gestionar. En cambio, las situaciones de riesgo son más susceptibles de ser mitigadas o eliminadas. Los que todavía recordamos las décadas del 70 y 80, nos criamos con los riesgos del terrorismo islámico. Tenemos impresos en nuestras mentes el ataque terrorista en las Olimpíadas de Múnich del 72, los secuestros de aviones, el asesinato a Robert Kennedy, el rescate en Entebbe, el ataque al avión de Pan American en Lockerbie, y tantos otros. Para esta generación, el terrorismo islámico es de naturaleza sistémica. Sin embargo, en las últimas décadas, se nos ha pretendido disfrazar este fenómeno como si se tratara de desastres naturales, cosas que ocurren cada tanto y sobre las cuales solo se puede actuar una vez ocurrido el hecho. Es así que, en cada instancia de ataque islamista, los gobiernos occidentales inmediatamente salen a cualificar el vínculo entre el terrorismo y el islam, advirtiendo que también existe terrorismo de derecha, cuando las instancias de este último fenómeno se cuentan con los dedos de una mano. Mientras no estemos dispuestos a reconocer que en la raíz del problema se encuentra la doctrina islámica, Occidente no estará en condiciones de vivir tranquilamente de acuerdo a sus principios y valores.
Desde El Faro de Occidente hemos publicado varios artículos de expertos internacionales, tales como Douglas Farah y Emanuele Ottolenghi que enfatizan la importancia de seguir la ruta del dinero en el combate al terrorismo y al crimen organizado internacional. Una de las rutas preferidas del dinero son las ONG. En una región como la nuestra en la que las actividades del narcotráfico son cada vez más ostensibles, una de las principales preocupaciones pasa por evitar que los dineros producidos por el narcotráfico en la triple frontera y la hidrovía del Río Paraná-Uruguay, terminen financiando, por ejemplo, la compra de drones a Irán para que Hezbolá los lance desde sus bases en Líbano hacia Israel. Pero también hay otras rutas, como la que identifica Scott Walter en su último libro “Arabella: The Dark Money Network of Leftist Billionaires Secretly Transforming America”, en el que documenta la opacidad con la que operan conocidos multimillonarios vinculados a la izquierda política propalestina, como es el caso de la Open Society de George Soros.
Desde el Faro de Occidente se ha hecho mucho hincapié en la importancia que la disuasión tiene para Occidente como instrumento para controlar a sus enemigos. En efecto, desde el 7 de octubre Israel lleva adelante una guerra que tiene entre sus objetivos principales restablecer la disuasión en Medio Oriente, región en la que Occidente ha visto menguado su poder como resultado del fiasco de Siria y la retirada de Afganistán. Desafortunadamente, las acciones de Estados Unidos en el Mar Rojo parecerían ir en sentido contrario al restablecimiento de la disuasión. Si la poderosa Armada estadounidense no se demuestra capaz de levantar un bloqueo marítimo en Yemen, una acción similar en el estrecho de Taiwán sería “pura fantasía”, argumenta Malcolm Kyeyune en artículo para Unherd que traducimos a continuación. Para conocer mejor el valor del concepto de la disuasión, incluimos una explicación del Consejo de Relaciones Internacionales.
La máxima de Winston Churchill sigue tan válida como nunca. “No se puede razonar con un tigre cuando se tiene la cabeza en su boca”, expresó el primer ministro británico en los primeros días de su mandato, cuando luego de Dunquerque era sujeto de fuertes presiones para negociar un armisticio con Hitler. Cuantas menos esperanzas tenga Hamas de una escalada iraní, y menos diferencias se produzcan entre Israel y Estados Unidos sobre el balance de poder regional, más chances existirán de que Hamás se contente con un alto al fuego. 
Como resultado del holocausto al pueblo judío perpetrado por el régimen Nazi, el antisemitismo ha quedado íntimamente ligado al recuerdo del nazismo.  Pero desde la Segunda Guerra Mundial a esta parte, los ciudadanos occidentales no han experimentado un gobierno que se acercara en lo más mínimo a las prácticas del nazismo. Esto contribuyó a generar una sensación de “confort” de que el antisemitismo estaba confinado a algunos rincones muy acotados de nuestra sociedad. Pero el mundo post 7 de octubre nos demuestra lo contrario: un rampante crecimiento del antisemitismo, sobre todo en ámbitos como el universitario que a priori daban la impresión de estar inmunizados contra este flagelo. Como explica el artículo de Ben Cohen para Jewish National Syndicate, los antisemitas de hoy cantan “Del Río al Mar” en lugar gritar “Sieg Heil”, pero no por ello son menos peligrosos. Es importante dejar en claro que a lo largo de la historia la retórica antisemita sigue la misma trayectoria: primero que los judíos no tienen derecho a vivir entre nosotros como sionista; segundo, que no tienen derecho a vivir entre nosotros; y finalmente, que no tienen derecho a vivir. Es por ello que preocuparse por distinguir entre antisionismo y antisemitismo es caer en la trampa de aquellos que quieren destruir al pueblo de Israel.
A juzgar por el desarrollo de la Guerra en Gaza, daría la impresión que Israel ha logrado restablecer parcialmente la disuasión en la región. Pero para convertir esta mejora temporal en una seguridad en permanente, es imprescindible un cambio de gobierno en Estados Unidos. Desde las “líneas rojas” de Barack Obama en Siria a esta parte, y con la sola excepción del periodo de Trump, la política exterior estadounidense ha logrado envalentonar tiranos y terroristas por todo el mundo. La paz regional y mundial requiere restaurar el principio de disuasión.
En un segundo artículo sobre las opciones de Occidente sobre cómo abordar a los Hermanos Musulmanes, Ayaan Hirsi Ali argumenta que los intentos por tolerar a esta organización han fracasado, tanto en Occidente como en el Medio Oriente. La escritora de origen somalí sostiene que la ideología islamista radical a la que adhiere la organización busca establecer un califato teocrático, incompatible con una pretendida moderación a través de la participación política. En cambio, Ali aboga por su supresión legal, argumentando que la verdadera naturaleza de la Hermandad es fundamentalmente violenta y antidemocrática, lo que representa una amenaza significativa para los valores democráticos occidentales.
Empiezan a levantarse voces dentro del establishment de seguridad y defensa israelí que, haciéndose eco de las presiones de Estados Unidos y Europa, reclaman alguna especie de alto al fuego al conflicto en Gaza. Para el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel (INSS), la operación exitosa del fin de semana pasado realizada contra las posiciones de Hezbolá no cambia el gran esquema de la situación, que “se va acercando a una guerra regional, a pesar de la ausencia de beneficios claros para ninguno de los contendientes”. Para el INSS, la única manera que los residentes del norte de Israel puedan volver a sus hogares es resolviendo la situación en Gaza, lo que implica “terminar con el conflicto”, expresión que en los códigos del establishment de seguridad se lee como un llamado a acordar con Hamas el retorno de los secuestrados. Según esta corriente de opinión, el escalamiento del conflicto entre Israel y Hezbolá es justamente lo que pretende Yahya Sinwar, líder militar de Hamas en Gaza, dejando entrever que el primer ministro Netanyahu estaría cayendo en una trampa del adversario. Esto dejaría a Irán regocijándose en el margen del conflicto, mostrándose incluso más conciliador con un Estados Unidos preocupado por el escalamiento y con un Partido Demócrata en el gobierno siempre dispuesto a ofrecer concesiones a Irán para evitar una guerra regional. En líneas similares se expresa un informe reciente del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos (BESA). “Una guerra larga no es la solución a un problema de seguridad. No es posible lograr una victoria completa, pero sí podemos fracasar completamente si perseguimos la victoria durante demasiado tiempo sin tener en cuenta las limitaciones de nuestro poder, nuestra economía y nuestra sociedad”, expresa el informe fechado 19 de agosto. La Historia a menudo presenta situaciones que resuenan con las circunstancias actuales. Un claro ejemplo de esto es la firmeza demostrada por Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, cuando enfrentó presiones dentro de su propio gabinete para negociar una paz con Hitler. A pesar de las voces que abogaban por una negociación, Churchill se mantuvo inflexible, sabiendo que a la larga sería en detrimento de la libertad de su país. Presentamos un artículo sobre esta pugna en un momento decisivo para el futuro de la guerra.